Soy más de pueblo que un arado. Capítulo 10: "Polémicas"
A diario, las tertulias radiofónicas y televisivas nos asaltan con agrias polémicas. Las hay políticas, sociales y, las que más nos ponen, personales. A lo mejor ves como se le hincha la vena a un tertuliano y piensas: “Eso es pasión; habla de un tema importante de verdad”. Pero no. En los pueblos, querido urbanita, las cosas van más lejos. A lo mejor tú, allá en la capital, piensas que son tonterías, pero determinados intercambios de opiniones pueden acabar a hostias como panes en el mundo rural. Por que qué pasa en el Sindicato de Riegos puede ser más importante que la paz mundial, que por otro lado nos trae al pairo.
En alguna ocasión ya te he aleccionado sobre los pleitos, asuntos cargados de inquina personal. En esta ocasión, hablamos de temas generales, que afectan a la vida del pueblo. Vayamos al barro. Pongamos por caso que los kintos, en un momento de euforia, montan una carroza para las fiestas con un tractor. Qué muchachos más majos, piensa la población. Todo se tuerce cuando, borrachos como cubas, se estampan contra la fachada del salón social –el baile, para aclararnos- y la dejan en ruina. Ahí empieza la polémica. “Ah, son cosas de muchachos. ¡Quién no ha hecho lo mismo alguna vez!”, dicen unos, que, casualmente, coinciden con los familiares y amigos de los jóvenes. Otros, que si fueran sus hijos dirían lo mismo, montan en cólera. Así, no es de extrañar escuchar frases como “Pero qué ibas a esperar, conociendo a su padre… ¡Qué paguen la reparación de su bolsillo!”.
Pero el asunto no queda aquí. ¿Son los jóvenes los últimos responsables del desastre? ¡Nooo! En una polémica, el último responsable es siempre el Ayuntamiento. “La culpa es del alcalde, por dejarles hacer eso. Como se conoce que el Jonny es sobrino suyo, si no por los cojones se lo permite a otros…”. En esto siempre suele haber unión: la culpa, del Ayuntamiento.
Claro que, esto es un caso menor. Vamos a poner que los regantes quieren hacer una nueva acequia entubada para regar una zona de secano, contribuyendo así al desarrollo socioeconómico de la población. Qué buena idea, pensará el urbanita. Error. Pronto surgen las voces disidentes. ¿Quién la va a pagar? “Entre todos los regantes”, dirán unos. “Que lo paguen los que tienen tierras en ese secano”, dirán otros. ¿Por dónde va a pasar la tubería? “Por las tierras del vecino, ¡y que no me toquen los cojones!”, dirán todos al unísono. Y ya está el burro en las coles. Al final se hará, pero cómo dará que hablar en el bar.
A este mismo nivel de disputa estaría el sector ganadero. “Huele a purín que mata… Habría que prohibir la construcción de más granjas”, dicen los vecinos que no viven del campo y los visitantes. “¡Ah, que aroma a campo más bueno, y que no lo sepan apreciar. ¡Esto es salud!”, se escucha proclamar a los granjeros. Así con todo…
En la cultura, los debates tienen otro matiz. “En este pueblo no se organiza nada”, dicen algunos, a lo que otros les responden: “Pues hazlo tú”. “No, no, que si sale mal me ponéis a parir después”… Y nunca se hace nada. Pero, dentro de las polémicas culturales, quizá las más exaltadas correspondan a las fiestas patronales. “¡Menuda mierda de orquestas traen este año!”, exclaman todos en el bar. Por supuesto, la culpa es del Ayuntamiento. Por unanimidad.