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El estado de la crisis

El estado de la crisis

Un yayo cómodamente sentado en la puerta de su casa, en una silla de plástico blanco. Es un yayo tipo, de los que -según les contará a sus nietos- vivió penurias y levantó el país con el sudor de su frente. Que sea verdad o no, solo los viejos lo saben ya. Seguro que, cuando ve el telediario -él lo llama "el parte"- maldice a Zapatero por ser un miserable que solo le sube 6 euros la pensión; a él, que tanto dobló la lomera por este país. El yayo mira algo; achinando los ojos, ha visto algo en el suelo de la calle.

El yayo está incrustado en la silla, no se sabe dónde empieza el yayo y acaba la silla. Para distinguirlos, diremos que el yayo es el que lleva la boina. El observador, a lo lejos, veo como el yayo trata de levantarse. El culo le hace ventosa con el asiento, y le va a costar. Primero una nalga, después otra. Ops, prueba superada. Ahora toca incorporarse. Es cuestión de un poco más de esfuerzo. Ops, sin querer se le ha escapado un cuesquete. El yayo mira a los lados, no hay nadie. Ya que está, mejor fuera que dentro, suelta el escape. ¡Ahí va, qué chorrazo!

Pero el yayo no se ha levantado para incrementar el nivel de CO2 del mundo. El yayo ha visto algo, y va a por ello. Un paso, otro. Dos pasos no más. Se detiene y mira al suelo. Es un redondel que brilla. ¿De cuánto será? Dobla un poco los riñones, se acerca al objeto para distinguirlo bien. Lo ve, pero lo deja correr y no estira el brazo para cogerlo. Sin darse la vuelta, el yayo da marcha atrás y se deploma en el asiento, que chilla en un quejido.

El observador, que ha visto todo esta aventura en la lejanía, se acerca al lugar de los hechos. Le dice "¡Hola!" al yayo, que le responde "¡Adiós!". Mira al suelo, con disimulo. Era un céntimo de euro. No deben de estar tan malas las cosas, si el yayo no ha estirado el brazo para atraparla. El observador, que sí que cogería la moneda, tampoco la coge. No vaya a ser que el yayo saque el cayado y le de en la cabeza, "porque lo había visto antes". Mientras se aleja, el observador reflexiona: "Crisis, ¿qué crisis?".

En la imagen, ’El cambista y su mujer".

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