El ciprés
Lo plantó el abuelo de mi padre, que estima que rondaba los 100 años. No era especialmente alto, pero, en un horizonte sin sobresaltos, destacaba y servía de guía, más que la estrella polar que hace tiempo que nadie sigue. Era esbelto, elegante, majestuoso. Lo importante es que era parte de nuestro patrimonio sentimental.
El abuelo lo plantó en una época en la que, aunque el paisaje no era virgen, todavía se sentía respeto por él. No había mares de frutales. El terreno era escarpado, y se aterrazó para crear un vergel de almendras, olivas, mangranas, jinjoles, cerollas, y frutas cuyo nombre solo recuerdan los viejos. Dónde la tierra no acompañaba, se plantaron pinos, para dar sombra, y el esbelto ciprés no estuvo tan solo.
El progreso, o el pragmatismo del que no puede ser romántico, hicieron que aquel jardín sucumbiera a la lógica de la rentabilidad. Apareció una granja, la ladera se convirtió en escombrera, los pinos se talaron, la tierra llana pasó del cereal al frutal. La alargada sombra perenne resistió a la racionalidad, nadie se atrevió a cortarla, y quedó como recuerdo de otros tiempos y otras gentes.
No fue la mano humana la que lo tumbó. Fue el viento del pasado temporal, que arrancó sus seculares raíces de la tierra. El doctor dijo que no se podía hacer nada por él, y hubo que talarlo. El ciprés que venció a la lógica del progreso no pudo con el ancestral cierzo.
Ahora el llano lo echa de menos.
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A veces puedo ser sentimental. Pero sin abusar.
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¡Qué gran invento el Spotify!
1 comentario
dani ferrer -