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La yogurtera

La yogurtera

 

El viernes de la semana pasada puse leche a calentar en el microondas. Soy un poco yayo y antes de dormir necesito mi vaso de leche. El sábado me desperté y me fui a entrevistar a la madre de Miguel Bosé, que es una señora muy simpática que cree en los ángeles. Volví al piso a comer y me fui de nuevo al trabajo. A la salida, ya de noche, cené en un chino, así que no bebí leche cuando llegué y me fui directo a la cama. El domingo por la mañana quise desayunar una taza de leche y abrí el microondas para calentarla. Ahí estaba el vaso de leche del viernes.

Lo miré. Me miró. Lo cogí e intenté vaciarlo en el fregadero, pero descubrí que aquello ya no era un vaso de leche. Tenía la consistencia de un yogurt, olía a yogurt. Era un yogurt. Miles de lactobacilos me saludaban desde aquello que una vez fue leche de la marca Auchan, que no es que sea muy buena pero es mejor que la de la marca de “el dedo para arriba”.

Una vez más, la naturaleza me sorprendió. Lo que yo creía que era un microondas (eso me dijo mi casero cuando lo trajo) era una yogurtera.

                                                           ***

Estoy muy entretenido con mis cosas en Heraldo, pero más lo estoy con la Autobiografía de Chesterton. No porque sea genial, que lo es, sino porque es de la biblioteca pública y alguien tuvo la deferencia de llenar los márgenes con sus comentarios personales (a lápiz, eso sí). Así, cuando Chesterton confiesa: “Yo mismo era casi totalmente pagano y panteísta”, el anónimo comentarista dice: “Yo también”. A mi me dan ganas de replicar a estos apuntes con frases como: “A mi qué cojones me importa lo que seas tú”.

La moraleja, jóvenes, es que no escribáis ni pintéis en libros de la biblioteca.

                                                         ***

Por si alguien lo dudaba: acabé tirando el yogurt a la basura.

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